Nos pasamos la vida tratando de encontrar la felicidad, la buscamos en las cosas, en las personas, en el trabajo, en los hobbies, la buscamos por todos lados y parece no estar en todas partes o a la vista de todos
Hace algunos años, me encontré sentada en la alameda de la ciudad de
Celaya, Guanajuato. Donde arboles inmesos y unas simples bancas, te
rodean. El clima era soleado y la brisa fresca. Ni siquiera entendía ese día lo
que un momento de quietud significaba. Pasado el tiempo, me preguntaba cómo es
que dejamos pasar momentos asi sin valorarlos, sin apreciarlos, ese momento
vino a mi mente en un tiempo donde me hacía falta quietud, paz, tranquilidad.
No me daba cuenta que buscamos y buscamos con ansiedad, que el momento cumpla
cierto grado de perfección para que tenga un rango de valor para nosotros.
Siempre buscamos la perfección y no valoramos la simplicidad. Ahora que soy
madre, me doy cuenta de lo valioso que es lo cotidiano, lo simple, lo fugaz, lo
inesperado, lo imperfecto.
La imperfección en lo cotidiano eso hace que los momentos que vivimos, sean brochazos de felicidad sobre un lienzo en blanco, listos para colorear nuestros días.
Pretender ser perfectos. Que frustrante es, nadie consigue esto. Y
mientras más intentas, más fallas, mientas más te esfuerzas la mayoría de las veces
te juzgas tan severamente que nunca será suficiente.
Es que el perfeccionismo como rasgo demasiado marcado o patológico, es la máscara de
la inseguridad, el miedo profundo a perder el control, la rigidez de un
pensamiento, el insaciable pensamiento que te hace nunca estar conforme con
nada, por más bueno que sea. Te evalúas desde el fracaso personal. Una total
insatisfacción ante la vida pero sobre todo, una adicción al reconocimiento,
al éxito. Existe un miedo profundo a ser uno mismo. Estar cuidando excesivamente
no cometer errores, que terminas cometiendo uno tras otro y de la peor forma,
lastimas a los que más amas. Alejas a quien verdaderamente importa.
¿Por qué nos volvemos
insatisfechos?
Nos volvemos insatisfechos, porque caemos en la trampa del
perfeccionismo, la comparación. Nos comparamos desde el rendimiento y la competencia
con otros y en esa trampa nunca seremos suficientes.
El miedo juega aquí un papel decisivo, alguna vez leí que el ser humano
se rige desde dos emociones principales, el amor o el miedo. Éstas te van
forjando. Te van construyendo. Son la base de todas tus emociones.
El miedo y el amor son excluyentes entre sí: cuando vivimos amor no hay miedo, cuando vivimos miedo no hay amor.
El perfeccionista
tiene miedo, miedo a no ser suficiente.
Desde el miedo, nos encontramos autosecuestrando nuestro potencial,
nuestra fuerza, nos hace sentirnos víctimas de cuanto nos ocurre, no nos
permitirá tomar la responsabilidad de nuestra vida, pues siempre estaremos buscando
culpables a nuestro alrededor.
El miedo, gran limitador, nos impide experimentar tanto el amor como la
libertad. El miedo nos hace dudar, nos lleva a depender.
El amor a la vida por el contrario, nos lleva a abrazar que la vida es un proceso, un caminar, un cúmulo de aprendizajes, una serie de oportunidades, el transcurrir del ahora.
¿Podemos aprender a ser
imperfectos? ¿Más tolerantes? ¿Más satisfechos?
La
alianza de cierta tolerancia hacia uno mismo con unos objetivos personales
realistas permite el adecuado equilibrio. Aceptar los propios puntos débiles,
las carencias, las contradicciones, cierta dosis de duda respecto a uno mismo
aporta serenidad y confianza, ayuda a aceptarse mejor, a vivir con mayor
plenitud la vida cotidiana y, probablemente, a ser más valorado por los demás.
El amor no solo es el sentimiento más hermoso y la fuerza que mueve el
mundo, el amor es consciencia, nace desde la voluntad, emerge cada día con la
decisión de fijar la vista en aquello que es valioso, representa el desarrollo
de la virtud que te conduce a tener contentamiento con tu propia vida. El amor
saca fuera el miedo de nuestros pensamientos y nos lleva a avanzar, a crecer, a
madurar, a ser sabios.
El amor te hará soltar el control, quitarte la mascara de
perfeccionismo, no porque seas mediocre, si no porque has decidido dejar de
sobrevivir, dejar de sufrir, has decidido romper tus limitaciones, has decidido amar la vida que
tienes.
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